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Reunión anual de Diáconos Permanentes en Malasia

El encuentro anual de Diáconos Permanentes, candidatos al diaconado y sus cónyuges tuvo lugar en el Centro Majodi del 30 de abril al 2 de mayo de 2025. El tema principal fue Los diáconos como imagen de la misericordia

Bild vergrößern Por: Isaac Alfred Simbun

La reunión anual de diáconos permanentes, candidatos al diaconado y sus esposas tuvo lugar en el Centro Majodi del 30 de abril al 2 de mayo de 2025. El evento acogió a 17 diáconos y sus esposas de las diócesis de Penang y Malacca-Johore, junto con seis candidatos en formación. La reunión de este año contó con la presencia del Obispo Bernard Paul, el Rev. P. Adrian Francis y la Hna. Shanti M. FdCC de la diócesis de Malacca Johore y el arzobispo Julian Leow junto con el reverendo P. Edwin Peter de la archidiócesis de Kuala Lumpur. El cardenal Sebastian Francis, que en un principio iba a tomar la palabra, fue convocado al Vaticano para el cónclave. A diferencia de la asamblea del año pasado en Bukit Mertajam, que se centró en la sinodalidad, la reunión de diáconos/esposas de este año se centró en el mensaje del Papa Francisco para el Jubileo de los Diáconos, haciendo hincapié en la llamada a los diáconos a encarnar la Imagen de la Misericordia. Se celebraron dos sesiones simultáneas: una para los diáconos y candidatos, y otra para sus esposas. Las sesiones para las esposas fueron dirigidas por la Hna. Shanti M., FdCC, y continuaron hasta el último día. El acontecimiento también sirvió como sesión anual de formación conjunta para los diáconos, sus esposas y los candidatos de toda Malasia peninsular.
La primera sesión fue dirigida por el Obispo Bernard Paul y se centró en el tema de la Imagen de la Misericordia. En su intervención, monseñor Bernard subrayó que el diaconado está profundamente arraigado en un triple ministerio: la Palabra, el Altar y la Caridad, cada uno de los cuales refleja una dimensión distinta de la misión de misericordia y servicio de Cristo. Los diáconos son servidores ordenados de la Palabra, encargados de proclamar el Evangelio en medio de un mundo plagado de incertidumbre, ansiedad y confusión moral. Son también ministros del Altar, que ayudan en la sagrada liturgia y reflejan la humildad de Cristo a través de su presencia litúrgica y sus gestos de servicio. Además, son ministros de la Caridad, llamados a practicar la misericordia de forma tangible – especialmente hacia los pobres, los olvidados y los vulnerables -, haciendo eco del papel de los primeros diáconos, que fueron designados para servir a la mesa y cuidar de las viudas.
La identidad del diácono está inseparablemente unida a la de siervo. El acto de lavar los pies sigue siendo el símbolo perdurable de la vocación diaconal en la Iglesia. Los diáconos no son sacerdotes auxiliares ni funcionarios ceremoniales; su papel es único, indispensable y tiene sus raíces en la respuesta de la Iglesia primitiva a la injusticia y la desigualdad. En un mundo que experimenta rápidos cambios culturales, cambios demográficos y crisis existenciales de verdad y significado, los diáconos están llamados a ser signos visibles de misericordia y anclas estables de esperanza. Deben ser conscientes de cómo son percibidos – a menudo malinterpretados – y volver continuamente al corazón de su vocación: no ser honrados, sino servir.

Bild vergrößern Dado que la mayoría de los Diáconos Permanentes están casados, los retos de la vida familiar son reales y no pueden ser ignorados. En la segunda sesión, el Arzobispo Julian Leow habló sobre la Imagen de la Misericordia en el contexto de la familia y la Nueva Evangelización. Los diáconos, especialmente los casados, viven una vocación distintiva que integra familia, ministerio y trabajo. Su primera responsabilidad es con la familia. Como esposos y padres, deben equilibrar el servicio diaconal con su papel esencial dentro de la Iglesia doméstica. Los diáconos están llamados a ser puentes entre la Iglesia y el mundo, empezando por el hogar. Sus familias no son un añadido a su ministerio, sino una parte esencial de su testimonio. En un mundo de valores y dinámicas familiares cambiantes, los diáconos deben modelar la fidelidad al Evangelio a través de la oración, la presencia y el ejemplo. La credibilidad del ministerio público de un diácono está estrechamente ligada a cómo vive el Evangelio en privado.
El arzobispo Julian recordó la enseñanza del Papa Francisco sobre la reciprocidad entre el matrimonio y la ordenación, donde el diácono casado encarna ambos sacramentos y puede hablar con autenticidad de las realidades de la vida familiar. Debido a su experiencia vivida, los diáconos son especialmente adecuados para apoyar a otras familias, servir como pacificadores en la parroquia y tender puentes entre el clero y los laicos. Pero la vocación no está exenta de tensiones. Muchos diáconos hacen malabarismos con prioridades contrapuestas – deberes parroquiales, compromisos profesionales y necesidades familiares – que a menudo provocan tensión emocional o estrés matrimonial. La comunicación abierta con sus cónyuges es vital. Sesiones como ésta ofrecen un espacio no sólo para nombrar las luchas, sino para explorar soluciones compartidas: cómo manejar el tiempo, las expectativas y el bienestar emocional. En última instancia, el primer campo de misión del diácono es su hogar. Es allí donde su testimonio de misericordia, humildad y amor es más necesario y se pone más a prueba.
El arzobispo Julian también habló de la realidad de los diáconos permanentes en el mercado, un campo de misión vital, aunque a menudo pasado por alto. Dado que los diáconos se mantienen económicamente a través de un empleo secular, su compromiso con su trabajo es tan importante como sus responsabilidades con la Iglesia y sus familias. Los diáconos ocupan una posición privilegiada como puentes entre la Iglesia y el mundo, llamados a ser fieles testigos de Cristo no sólo en las parroquias y en los hogares, sino especialmente en sus lugares de trabajo. Como clérigos en profesiones seculares, viven una doble identidad: hombres de la Iglesia y hombres del mercado. Su doble papel presenta una oportunidad estratégica para la evangelización, no sólo a través de la predicación, sino a través de la integridad personal, la compasión y la claridad moral en ambientes donde los valores del Evangelio están a menudo ausentes. Ya sea en oficinas, escuelas, fábricas o salas de juntas, los diáconos están llamados a hacer presente a Cristo a través de su conducta diaria.
La Nueva Evangelización va más allá de llegar a los no creyentes; incluye despertar la fe de los católicos que han dejado de serlo y comprometerse con las culturas secularizadas. Los diáconos, en virtud de su posición, pueden acompañar a la gente donde el clero a menudo no puede: en el corazón de la vida cotidiana. Pero el testimonio eficaz comienza con el propio diácono. Como señaló el arzobispo Julian, “no se puede dar lo que no se tiene”. Sin una relación personal con Cristo, el ministerio del diácono corre el riesgo de convertirse en algo vacío. La oración continua, la formación y la vida sacramental son fundamentos esenciales.
En el mundo ruidoso y distraído de hoy, los diáconos deben estar anclados en la verdad y el silencio, sacando fuerzas de la Eucaristía y del discernimiento diario. Su credibilidad moral en el trabajo es importante: ¿reflejan sus acciones el Evangelio? ¿Se les conoce no sólo por su título, sino por su carácter? A veces, es el testimonio silencioso el que habla más alto: un signo de la cruz, un momento de oración o el valor de enfrentarse a la injusticia o a prácticas poco éticas. Como líderes o empleados, los diáconos deben modelar un liderazgo justo y compasivo. Sus vidas deben despertar la curiosidad: “¿Qué tienes de diferente?”. Esto abre la puerta a la evangelización, no con argumentos, sino con el ejemplo auténtico. La conversión es obra de Dios, pero el papel del diácono es sembrar fielmente las semillas. En resumen, el lugar de trabajo no está separado del ministerio del diácono. Es un verdadero campo de misión, donde la credibilidad, la coherencia y el valor silencioso pueden convertirse en una homilía viviente.
La cuarta sesión corrió a cargo del Rev. P. Edwin Peter, que planteó una cuestión vital y a menudo pasada por alto: ¿Cuál es la verdadera identidad de un diácono? Su conferencia invitó a los participantes a reflexionar no sólo sobre su función, sino sobre cómo viven, sirven y, en última instancia, serán recordados. Los diáconos están llamados no sólo a servir, sino a examinar su identidad, testimonio y legado: cómo serán recordados por la Iglesia, sus familias y la sociedad. La pregunta “¿Cómo te gustaría que te recordaran?” no es sentimental, sino vocacional. Exhorta a los diáconos a considerar la autenticidad de sus vidas, la integridad de su servicio y la misericordia que encarnan diariamente.
El ministerio de un diácono no se define por el título o la visibilidad, sino por convertirse en una expresión viva de la misericordia, especialmente en los hogares, los lugares de trabajo y entre los olvidados. El objetivo no es simplemente hacer actos de caridad, sino convertirse en personas misericordiosas, siguiendo el ejemplo del Papa Francisco en humildad, ternura y sencillez. Cada diácono tiene una personalidad única – organizador, catalizador, pensador, ayudante – que determina cómo vive su vocación. No existe un diácono “ideal”, pero todos están llamados al conocimiento de sí mismos, al crecimiento y al servicio intencional. Para los diáconos casados, esto incluye navegar por las complejas exigencias de la vida familiar con madurez emocional y sabiduría pastoral.
Basándose en movimientos como Marriage Encounter y Retrouvaille, el P. Edwin subrayó cómo el carácter y la disposición influyen en el ministerio. La inteligencia emocional, la oportunidad y la empatía no son opcionales, sino herramientas esenciales para el servicio. Desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta hoy, los diáconos han sido elegidos por su servicio, no por su estatus. Su ministerio debe ir más allá de la función para convertirse en un ministerio de misericordia, basado en la transformación personal.
El P. Edwin también se refirió a la visión del Papa Francisco de una Iglesia sinodal, inclusiva, humilde y siempre en movimiento. En particular, la imaginería del Papa a menudo omite los símbolos clericales, incluidos sacerdotes y diáconos. En su opinión, no se trata de un descuido, sino de una llamada profética: los diáconos no deben dominar el camino, sino caminar humildemente con los demás, capacitándolos y dándoles poder. El diácono está llamado a pasar de ser una imagen de la misericordia a un icono de la misericordia, no sólo a representar la misericordia, sino a encarnarla sacramentalmente. En un mundo saturado de ruido y superficialidad, el diácono como icono es silencioso, radiante y semejante a Cristo, no recordado por su grandeza, sino por la misericordia hecha visible en la vida diaria.
Tras las cuatro sesiones anteriores, el obispo Bernard Paul pronunció la conferencia final, ofreciendo una reflexión orientada a la misión que cimentó la reunión en la claridad y el propósito. Hizo hincapié en que la dirección a seguir es inequívoca: los diáconos están llamados a convertirse en servidores de la misericordia de Dios, una misión que incluye tanto a los ordenados como a los destinados a ministerios especiales. En el centro de esta misión está el retorno a la identidad diaconal original, especialmente al triple ministerio confiado a los diáconos: El ministerio de la Palabra, del Altar y de la Caridad.
Monseñor Bernard recordó a la asamblea que la Iglesia no existe sólo para los que asisten, existe especialmente para los que están en las periferias, haciéndose eco de la llamada del Papa Francisco a ir a los márgenes. Los diáconos deben estar presentes donde la gente sufre, no como funcionarios distantes, sino como compañeros que se identifican con sus luchas. Los diáconos deben seguir la kénosis de Cristo, despojándose de sí mismos para entrar con humildad en situaciones pecaminosas y rotas. Su función no es llamar la atención sobre sí mismos, sino señalar a Cristo, como Andrés y Juan el Bautista. Las raíces bíblicas del diaconado, que se encuentran en los Hechos, revelan que a los primeros diáconos se les encomendó el cuidado de las viudas y los pobres. Hoy en día, esa misión continúa y la caridad no es un ministerio que se pueda externalizar, sino una forma de vida que hay que encarnar.
Monseñor Bernard instó a los diáconos a ser no sólo personas de servicio, sino también movilizadores y organizadores, capaces de liderar los esfuerzos parroquiales y diocesanos para responder a los desastres naturales, las crisis sociales y las necesidades a largo plazo. Se destacó un ejemplo local: un diácono que coordinó los esfuerzos de socorro en catástrofes con ONG y voluntarios, modelando la misericordia organizada de la Iglesia. En última instancia, todo bautizado está llamado a vivir la caridad. Pero el diácono tiene la tarea de hacer que esa llamada sea visible, real y duradera, no estacional, sino sostenida y sistémica. En esto, el diácono se convierte no sólo en un servidor, sino en un líder de la misericordia en acción.

Bild vergrößern Al reflexionar sobre el papel de las esposas de los diáconos, el obispo Bernard subrayó que no son simples compañeras por asociación, sino socias esenciales en la vocación diaconal. Su participación está arraigada no sólo en el apoyo, sino en un testimonio distinto y activo de la misión de la Iglesia. A través de su oración, presencia y obras de misericordia – a menudo llevadas a cabo en silencio y con sacrificio – se convierten en signos vivos de la compasión de Cristo, especialmente en los márgenes, donde la Iglesia es más necesaria. Una de las sesiones, dirigida por la Hna. Shanti M., FdCC, complementó maravillosamente esta reflexión. Invitó a las esposas a abrazar la misericordia aceptando las rupturas que hay en ellas mismas y en los demás, utilizando la imagen del Kintsugi, el arte japonés de remendar con oro la cerámica rota. Del mismo modo que las grietas no se ocultan sino que se hacen radiantes, también nuestras imperfecciones, cuando son sanadas por la gracia, pueden convertirse en fuente de belleza, fortaleza y comunión más profunda con aquellos a quienes servimos.
En la compleja sociedad actual, marcada por el secularismo, la desinformación, la emigración y los problemas de salud mental, los diáconos deben ser conscientes de sí mismos, tener una base espiritual y responder pastoralmente. Como servidores de la Iglesia, están llamados a dar ejemplo de humildad por encima del derecho, de inclusión por encima de la exclusión y de misericordia por encima del miedo. El diácono, en última instancia, es un reflejo vivo de Cristo Siervo: no actúa aisladamente, sino como alguien que participa en la misión de Cristo y de su Iglesia. En el corazón de esta vocación yace una profunda verdad: la imagen de Dios que tenemos dará forma al tipo de diácono en que nos convertimos.


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